En la Alquimia, el Universo estaba compuesto de cuatro elementos clásicos a los que, los alquimistas, llamaban por el nombre vulgar de las sustancias que los representan, a saber: Tierra, Aire, Fuego y Agua.
Los símbolos de la Alquimia solían fundarse en la transformación de fórmulas matemáticas en signos geométricos llamados símbolos de alquimista o sellos. Estos, según cada cultura, podrían variar desde simples figuras geométricas hasta complejas imágenes.
Según esta simbología, un triángulo equilátero con el vértice hacia arriba se refiere al Elemento Fuego y su característica es ser volátil y ascendente, caliente y seco.
Si a este mismo triángulo lo atraviesa una línea horizontal, estaría representando al Elemento Aire, que es caliente y húmedo y pone freno a la naturaleza ascendente del Fuego.
Un triángulo equilátero con el vértice hacia abajo corresponde al símbolo del Agua, por tener una cualidad descendente. Es de naturaleza fría y húmeda.
Si a este mismo triángulo lo atraviesa una línea horizontal, estaría representando al Elemento Tierra. Esta que es fría y seca, detiene la caída del Agua.
De esta manera, queda reflejado que cada Elemento comparte cualidades de otro Elemento y esto es lo que provoca el dinamismo en la materia, pues todas las cosas son mezclas de los cuatro elementos básicos. Es el equilibrio perfecto de la naturaleza.
En ámbitos más religiosos el triángulo simboliza la Trinidad. En la teología cristiana el dogma de la Santísima Trinidad afirma que Dios es un ser único que existe en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En la numerología el tres también simboliza la Trinidad.